Los
terribles sucesos de ayer en Bruselas nos recordaron que vivimos tiempos
oscuros. El problema de un recuerdo que se repite es que cambia su naturaleza
para normalizarse, y ya no es recuerdo sino realidad presente. Poco a poco
dejamos de recordar que algo puede ser así, si ya lo es, y lo asimilamos a la
realidad. Entonces, la oscuridad nos envuelve. Pero las luces en esta parte del
mundo se atenúan de forma progresiva mientras la mirada, como el sentido de la
vista, se habitúa al devenir y al estado de las cosas. Los atentados
terroristas han alcanzado ya la aceptación de posibilidad. De posibilidad
inminente. De posibilidad acaecida. De posibilidad renovada.
Desde
La Habitación Propia queremos pediros atención a la mancha porque tiene
flexibilidad de forma y de apariencia, pero siempre es la misma. Queremos
pediros que busquéis sus conexiones. Porque el mal está conectado. La buena
noticia es que podemos, si queremos, ver sus redes y contrarrestarlas.
La
oscuridad aísla al individuo y lo habitúa a las sombras. En la sociedad, en el
día a día, nos vuelve cínicos, indiferentes, conformistas; individuos en la
caverna que no buscan ni desean el ideal. Esta oscuridad no es un mito de
Platón. Es real. Es un efecto social, psicológico y político. Pero la oscuridad
existe también para iluminarla. Debemos tantear para encontrarnos, prender
mechas y mirarnos; conversar al abrigo del fuego; generar fuentes de luz.
Somos
afortunados. Tenemos el poder de la cultura, de la palabra, y muy
especialmente, de nuestras intenciones.
La
cultura del encuentro puede entorpecer y hasta detener el círculo vicioso del
terror, la paralización, el miedo. Ya lo dijimos una vez: contra la
destrucción, construcción. Sigamos construyendo encuentros.